Entendemos que el juego y el jugar son fundamentales para transitar la vida. Nuestra práctica actual como colectivo se centra en repensar la importancia lúdica para pensar en las distintas dimensiones que hacen a la vida social e individual, subjetiva y colectiva.
Todo juego es político, contiene símbolos y significados, reglas y desafíos que ponen sobre la mesa distintas concepciones sobre la realidad. Revisando nuestra historia, nos encontramos con una significativa cantidad de dispositivos lúdicos que hacen a nuestra cultura: desde las rondas de niñes con el arroz con leche, pasando por juegos de mesa como El Estanciero, y llegando a los naipes que se ordenan para jugar al truco, encontramos distintas construcciones sociales que hacen a nuestra sociedad, sus códigos y su historia.
En ese sentido, los nueves juegos que hemos realizado como colectivo, se posicionan sobre distintos temas de manera también explícita. A través de los mismo queremos problematizar distintos debates sociales que hacen a la cotidianidad: por ejemplo, en el juego Adiviná qué tengo podemos encontrar cartas que muestran una industria contaminando las aguas y otra que habla sobre comunidad, la familia o el trabajo. Por otro lado, en el Espejados, encontramos símbolos como la bandera mapuche, o figuras como Paulo Freire y Mercedes Sosa.
Cada vez que se juega se ponen en tensión experiencias, trayectorias y posiciones distintas. Muchas veces se ponen en discusión distintas cuestiones que exceden al juego como tal, y allí se centra una riqueza que muchas veces nos excede, pero que tenemos que ser conscientes para abordarla en la medida de nuestros conocimientos y sentires.
En los distintos encuentros que venimos transitando como colectivo, las discusiones en torno a la práctica lúdica se encuentran constante: ¿se puede pensar en juegos qué sirvan para otros fines más allá del juego mismo?, la respuesta que hemos encontrado es que sí, es posible. Se trata de “usar” al juego, su potencialidad por fuera de cánones establecidos, existe allí mucha potencia pedagógica para trabajar.
También valoramos el juego en sí, es decir, jugar por jugar. Confiamos en que es necesario gestar espacios lúdicos y dejarse llevar por los mismos, como coordinadorxs ser parte de la dinámica, como profesorxs asumirnos jugadorxs, sencillamente porque en el juego libre se visualiza nuestro ser, nuestra forma de entender la vida y sus valores.
Rescatamos las palabras de Graciela Scheines, quién en su obra Juegos inocentes, juegos terribles (2017) dice:
“jugar no es una actividad como cualquier otra, es tan mágica, es abrir la puerta prohibida, pasar al otro lado. Jugando se adquiere otra conciencia de sí mismo. La identidad se quiebra, aparece en fragmentos reiterados de uno mismo. La subjetividad se expande, y se multiplica”.
Jugar y jugarse es parte de nuestra apuesta como colectivo, buscando la construcción de un mundo más amable y menos cruel y principalmente, más lúdico.